Dicen que la luz más importante es la que no se puede ver. El otro día mientras leía una novela, el autor explicaba acerca de la luz que se produce cuando quemas el carbón. Decía que la luz que se obtiene de un trozo de carbón, en realidad es luz solar y la luz siendo infinita, vive por miles de millones de años dentro de él. E incluso en la completa oscuridad, existe luz en un pequeño trozo de carbón. Simplemente no podemos verla a primera instancia.

1 Juan 1:7

Pero, si vivimos en la luz, así como Él está en la luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de su Hijo Jesucristo nos limpia de todo pecado.

Nuestra oscuridad es el pecado, solíamos habitar allí.  Nosotros podríamos habernos quedado en la oscuridad, pero Dios en su bondad y un único acto de amor, envió a Jesús para que fuera la luz del mundo y salvara a los que creen en él. Día con día se nos recuerda regularmente este amor, expresado en un acto supremo de bondad de Jesús al dar su vida por nosotros en la cruz. Se nos dio una vida nueva, recibimos su luz.

Es el Espíritu de Dios quien nos ayuda en este proceso, fundiendo todo aquello que alguna vez nos causó dolor y vergüenza con la promesa de quién es Dios y lo que entregó por nosotros. Nuestro corazón ya no se amarga por un mundo tan roto que ahora nos rodea, sino que anhela regalar la bondad que se nos ha mostrado en Cristo. Y no podemos ofrecer una mayor bondad a un mundo roto que el guiarlo hacia Jesús.

Daniel 2:22

Él revela lo profundo y lo escondido, y sabe lo que se oculta en las sombras. ¡En Él habita la luz!

Quien ha recibido la luz de Dios, es ahora un embajador del Reino de quien es luz, la luz misma habita en Él.

Debemos comprender que un carbón es mucho más que un trozo negro o marrón de roca sedimentaria, debe de pasar por ciertos procesos químicos y estructurales antes de convertirse en carbón. Este pequeño trozo de carbón estuvo inicialmente expuesto en ambientes pantanosos, además de que su misma composición pasó por variaciones de presión y temperatura a lo largo de grandes intervalos de tiempo. Nosotros de igual manera somos transformados desde nuestro interior, pasados por procesos que pueden ser dolorosos pero que nos cambian para un propósito mayor que el permanecer como simples piedras en medio de un pantano.

Sin embargo, una vez que la piedra se convierte en carbón, su verdadera fuerza no se encuentra en su exterior, sino en la luz que porta en el interior. Aquella luz que no se puede ver.

Ezequiel 11:19

Yo les daré un corazón sincero y pondré en ellos un espíritu renovado. Les arrancaré el corazón de piedra que ahora tienen y pondré en ellos un corazón de carne.

Es solamente cuando aceptamos el sacrificio de Cristo por nosotros en la cruz, que su Espíritu Santo entra en las profundidades de nuestro corazón, y en medio de la oscuridad y muerte aviva su llama en nuestro interior. Esa luz tan importante, que no se puede ver, pero ya habita dentro de nosotros.

1 Pedro 2:9

Pero ustedes son linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo que pertenece a Dios, para que proclamen las obras maravillosas de aquel que los llamó de las tinieblas a su luz admirable.

¿Te ha pasado que en las fogatas te quedas absorto admirando las llamas flameantes de un carbón encendido? Hay algo hipnotizante en ver como un carbón se consume y arde, el fuego se tiñe de diversas tonalidades de amarillo, naranja y rojo, y es simplemente eclipsante. Su temperatura es tan alta, que basta con estar a unos cuantos metros cerca para entrar en calor.

Un trozo de carbón por sí solo no es tan cautivante. Un carbón apagado resulta burdo a la vista, no hay belleza en él cuando lo miramos. Sin embargo, tiene una belleza interna, lista para arder y ser luz para el entorno que lo rodea. Nosotros mismos por sí solos somos como el carbón apagado, no contamos con bondad ni belleza alguna. Es hasta que en medio de esa oscuridad y fango en el que nos encontrábamos, que Dios decide rescatarnos por un amor inmerecido, colocando la luz de Cristo dentro de nosotros.

Efesios 5:8

Porque ustedes antes eran oscuridad, pero ahora son luz en el Señor. Vivan como hijos de luz.

Antes de conocer a Jesús éramos ciegos ante la belleza del Evangelio, pero ahora es nuestra decisión el encender esa luz que ya yace dentro de nosotros y arder, demostrando a otros una bondad inmerecida tal y como se nos mostró a nosotros primero. Puedes ser ese carbón encendido que Dios utilice para atraer a otros a su luz. Son nuestros actos de bondad en Jesús con otros, los que pueden llegar a arrojar los primeros rayos de calor en una vida nublada por la oscuridad.

Como hijos de la luz y por el poder del Espíritu Santo, debemos de ser esos trozos de carbón, que despiertan a otros a toda la luz que no pueden ver. La luz que porta un trozo de carbón es infinita, y en cambio la oscuridad del carbón nunca dura ni siquiera un segundo cuando enciendes su luz.