Seguramente si te pregunto con quién hablas más en el día inmediatamente pensarás en las personas con las que vives como tu esposo o tus papás, también puede ser que pienses en un amigo muy cercano. Pero en realidad esa no es la respuesta correcta a esa pregunta, la persona con la que más hablas en el día eres tú. Así es, desde que te despiertas y decides que puedes dormir 10 minutos más aunque llegues un poco tarde a tu destino, o al elegir el camino de regreso a casa al final del día.
Hablamos con nosotros mismos todo el tiempo. Y aunque esta es una actividad normal, también nos ha llevado, a muchos de nosotros, a permitir que nuestra mente divague sin control.
También conozco bien la respuesta a esta siguiente pregunta: ¿Alguna vez has permitido que tu mente sobrepiense algún comentario que te hicieron, o recuerdas constantemente alguna decisión que tomaste que no tuvo el resultado que esperabas y sientes frustración o vergüenza? Claro que si lo hacemos. Vivimos constantemente en una conversación interna con nosotros mismos que fluye descontroladamente.
Confía en el Señor con todo tu corazón; no dependas de tu propio entendimiento. Busca su voluntad en todo lo que hagas, y él te mostrará cuál camino tomar. No te dejes impresionar por tu propia sabiduría. En cambio, teme al Señor y aléjate del mal. Proverbios 3:5-7 (NTV)
No es fácil olvidar los momentos que nos han marcado de manera negativa, decisiones, experiencias, comentarios, todas esas cosas terminan haciendo un nido en nuestras mentes y viven ahí. Pero Dios, conoce perfectamente a Su creación, y nos recuerda repetidas veces que no confiemos en nosotros mismos porque no podemos solos, lo necesitamos. Necesitamos Su paz cuando la angustia nos abruma; necesitamos Su sabiduría cuando la ansiedad o el temor se apoderan de nosotros; necesitamos de Su amor y de su perdón cuando recordamos nuestros pecados; necesitamos la identidad que Él nos da cuando nos comparamos con otras personas. Todo el día y todo el tiempo lo necesitamos, es imposible vivir una vida plena sin Él.
¿Es difícil? ¡Suena hasta imposible!, pero una de las maneras en las que podemos empezar a trabajar en eso la encontramos en la segunda carta a los Tesalonicenses 2:17 Pablo deja una instrucción bien sencilla “Oren sin cesar”. No podemos confiar en nuestra conversación interna con nosotros mismos, mejor mantengamos una conversación interna con el Espíritu Santo y experimentemos una transformación en nuestras mentes y la paz que Dios derrama cuando confiamos completamente en Sus decisiones, Sus planes y Su voluntad.
Oren sin cesar no significa que te metas todos el día a un cuarto a orar, ¡que bueno si puedes hacerlo! Pero oramos sin cesar cuando, en medio de lo cotidiano, Él está en en el centro de nuestros pensamientos. Experimentando la verdadera paz mental.
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