Gran parte de nuestra vida está dominada por una expectativa. Es como cuando recibimos regalos en cumpleaños, navidad, o alguna fecha especial. Justo cuando lo estamos abriendo, nuestra mente está conectando el momento con algo que habíamos pedido, o que hace tiempo deseamos. Esto es una expectativa.
Mi vida constantemente se llena de expectativas que van moldeando mi manera de hacer las cosas para obtener el resultado esperado. Todas estas ideas son muy buenas y de alguna manera ayudan a que no haya distracción y pueda cumplir con lo que me voy proponiendo. Sin embargo, es muy fácil olvidar un detalle: aunque todas estas ideas son increíbles, muchas veces (la mayoría incluso) impiden que el plan de Dios se lleve a cabo conmigo.
Marcos 6 (NTV):
1Jesús salió de esa región y regresó con sus discípulos a Nazaret, su pueblo. 2 El siguiente día de descanso, comenzó a enseñar en la sinagoga, y muchos de los que lo oían quedaban asombrados. Preguntaban: «¿De dónde sacó toda esa sabiduría y el poder para realizar semejantes milagros?». 3 Y se burlaban: «Es un simple carpintero, hijo de María y hermano de Santiago, José, Judas y Simón. Y sus hermanas viven aquí mismo entre nosotros». Se sentían profundamente ofendidos y se negaron a creer en él.
4 Entonces Jesús les dijo: «Un profeta recibe honra en todas partes menos en su propio pueblo y entre sus parientes y su propia familia».5 Y, debido a la incredulidad de ellos, Jesús no pudo hacer ningún milagro allí, excepto poner sus manos sobre algunos enfermos y sanarlos.
Jesús hacía milagros, enseñaba con sabiduría, sanaba y liberaba en otros lugares. Pero ahí, en su pueblo, tenían una expectativa equivocada de él. Lo veían como carpintero, pero ya se había convertido en maestro. Lo veían con desprecio, a quien sería el Salvador.
¿Hace cuánto estoy limitando a Dios por una expectativa errónea?
Cuando mis pensamientos crecen y encuentro »grandes ideas» y planes, constantemente debo hacer una pausa y revisar que no esté dejando de lado que hay un propósito mayor y una misión más grande. Nazaret no pudo ver la obra de Jesús en su pueblo porque no estuvieron dispuestos a derribar su expectativa de un salvador, y exponerse a la presencia de su carpintero. Y es que, a lo que me expongo, determina en que me convierto.
Quitemos la idea de Dios que nos centra en nuestra necesidad, y pongamos la mente completa a su disposición. No »pensemos» cómo lo hará, confiemos en que lo hará. No preguntemos ¿por qué?, preguntemos ¿para qué?. Si mi expectativa cambia, el resultado también. Él está más interesado que yo en que sus propósitos en mi vida sean cumplidos.
Y al final, Jesús aún sabe ser carpintero:
- Sabe que un simple tronco común y corriente, tiene potencial.
- Sabe que lo que se ve sin futuro, con trabajo y tiempo, se puede transformar
- Sabe que aunque un árbol pudo nacer y crecer mal, él con sus manos puede transformarlo en una bella obra de arte.
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