Existen plantas desérticas con raíces tan profundas que penetran en una gran extensión la tierra debajo de ellas, y son capaces de extraer agua de suelos muy secos. Las cactáceas, por ejemplo, tienen tallos y raíces carnosos capaces de almacenar agua para periodos críticos. Guardan el agua, y usando sus largas raíces llegan hasta su reserva que las sacia.
En la historia de Israel, cuando ellos entran al desierto, Dios los tomó por la mano y los llevó a él.
Deuteronomio 1:31 “y en el desierto. Por todo el camino que han recorrido, hasta llegar a este lugar, ustedes han visto cómo el Señor su Dios los ha guiado, como lo hace un padre con su hijo”.
Pero, aunque muchos vemos el desierto, muchos no lo entendemos. El desierto es aquella escuela de los que nos consideramos hijos. Y aunque el pueblo de Israel veía y enfrentaba situaciones que eran difíciles y aún mayores que ellos, Dios los llevaba de la mano como niños pequeños. Guiándolos, porque Él deseaba que ellos vieran no desde su situación, no desde su posición y no desde su perspectiva. Él los tomó de la mano y los llevó allí porque Él quería que ellos vieran lo que Él veía.
Oseas 2:14 “La llevaré al desierto, y allí me ganaré su corazón”.
La lección que se debe de aprender en los desiertos es que yo nunca estoy enfrentando las situaciones de mi vida desde mi propia perspectiva y desde mis propios recursos. El desierto donde Dios me ha guiado es para trascender derrotas, esos conceptos insuficientes en mi mente y para comenzar a aprender a vivir en la perspectiva y entendimiento de mi Padre. Rendirme completamente a Él.
Pero ya que su amor por mí es tan grande, Él va a tomar mi mano y va a guiarme por el desierto tal como con el pueblo de Israel el tiempo que sea necesario hasta que yo logre lo que Él desea que vea y entienda.
Juan 4:14 “pero el que beba del agua que yo le daré no volverá a tener sed jamás, sino que dentro de él esa agua se convertirá en un manantial del que brotará vida eterna”.
Es en el desierto donde cada quien decide de dónde obtener el agua. Nuestro propósito es buscar esa agua viva que nunca se acaba, que es el Espíritu Santo. Y nosotros mismos debemos hacer crecer esas raíces para buscar el agua que nos sustentará en cualquier desierto que nos encontremos.
Cuando pasamos por temporadas muy difíciles en nuestras vidas, pero nos enfocamos en Dios, contamos con esa reserva de agua inagotable que nos permitirá mantenernos vivos aún en los suelos más secos y los desiertos más inhóspitos.
Hay muy pocas cactáceas que logran generar una flor. Y es que estas pocas cactáceas, se caracterizan por acumular la poca agua de lluvia que cae en los desiertos durante largos periodos, incluso años; y esa poca agua que logran obtener la utilizan para concentrar todos sus recursos y poder generar una flor. Por un largo tiempo no se logra apreciar ni siquiera el brote en la cactácea, pero ya está creciendo dentro de ella. Entonces para el momento en que florece es de las flores más hermosas de todas las que una planta pueda generar.
De igual manera, somos nosotros cuando estamos en los desiertos, pueden ser temporadas largas y difíciles; pero lo importante es que tengamos esa agua viva que es el Espíritu Santo dentro de nosotros. Nuestra reserva, de donde se producirá fruto hermoso en su tiempo.
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